------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
La reforma educacional de Michelle Bachelet
Para nuestra desgracia, algo funciona mal en la sede de gobierno. La
Nueva Mayoría no está haciendo bien sus tareas y, por ende, está comenzando a
defraudar las expectativas que un porcentaje muy alto de la ciudadanía depositó
en ella (en realidad las depositó sobre los hombros de Michelle Bachelet, pero
ella no puede satisfacerlas sin el apoyo de su coalición).
UN MAL COMIENZO
El primer baldazo de agua gélida llegó con la reforma tributaria: un
pésimo proyecto, inequitativo, engorroso, complejo, conceptualmente equivocado,
que no corrige los graves defectos del sistema que lo precedió y que, además,
sufrió vergonzosos ajustes (en la forma de inaceptables privilegios que
favorecen principalmente a los sectores más acomodados) en la cocina de
Zaldívar. Había que reformar el infame sistema instaurado allá por los 80, es
cierto, pero no de esa indecorosa manera. ¡Qué gran oportunidad perdida! ¡Qué
tremenda farra! Todavía tengo la duda de si Michelle Bachelet realmente cree
(creencia inexcusable en el caso de una primera mandataria) que un “sistema
integrado” de impuesto a la renta como el chileno, puede llegar a ser
equitativo.
El segundo, nos lo propinó la Presidenta con su proyecto de reforma al
sistema binominal, que propone aumentar sin necesidad alguna (sólo para
acomodar aún más a los miembros de la clase política de ambos bandos) el número
de parlamentarios (con sus dietas y asignaciones correspondientes, no faltaba
más) y, de paso, hacernos creer que su implementación no requerirá
financiamiento adicional al contemplado en el presupuesto vigente (¿qué pensará
ella de nosotros?; ¿que no sabemos sumar ni multiplicar?; ¿o que adolecemos de
algún tipo de dislexia numérica?).
Y el tercero, con una reforma educacional que parece haber sido
elaborada por algún enemigo personal de la Mandataria, por un agente infiltrado
secretamente por quienes le desean con fervor el mayor de los fracasos (¿habrán
tenido algo que ver la UDI, Piñera, los gremios empresariales o Gutemberg
Martínez en esto?).
Algo, definitivamente, no funciona bien en la sede de gobierno, porque
nadie está libre de enviar un mal proyecto (ha ocurrido ya tantas veces…), pero
dos al hilo es un exceso y tres sucesivos, algo impresentable. ¿No sería hora,
Presidenta, de ponerse las pilas?
Lo invito, amigo lector, en un momento en el que el proyecto de reforma
educacional está comenzando a generar algo pocas veces visto en un proceso
legislativo: una reprobación generalizada, a efectuar un análisis del tema; y
le propongo que lo hagamos de la manera correcta: con un diagnóstico del
problema que incluya la determinación de sus causas (le recuerdo que la única
forma razonable de solucionar un problema, es atacando las causas que lo
generan), y la selección, dentro de las alternativas existentes, de la
estrategia más adecuada para enfrentarlas.
¿Le parece? Entonces, partamos.
¿CUÁL ES EL DIAGNÓSTICO DE LA SITUACIÓN EDUCACIONAL CHILENA?
Como usted sabe, un diagnóstico es el resultado de una comparación.
Confrontamos el sujeto a diagnosticar (sea éste un enfermo, una prueba o un
sistema) contra un objetivo, estándar o pauta y establecemos (con medición
incluida, en lo posible) la brecha que existe entre ambos. Ergo, para
diagnosticar usted necesita disponer del patrón de comparación adecuado y
contar con una completa y detallada especificación del estado actual del
sujeto.
El patrón de comparación es clave. Un sistema, cualquier sistema, puede
ser bueno, regular o malo dependiendo de con qué se lo compare. A manera de
ejemplo, algunos seudoespecialistas criollos parangonan nuestro sistema
educacional con los de otros países latinoamericanos, y concluyen que nos
estamos quejando de llenos. De hecho, no hace mucho leí por ahí una columna
(que no supe en primera instancia si tomar en serio o no, ya que tenía pinta de
ser una expresión de la ironía llevada a su límite más extremo), donde se calificaba
a nuestro sistema educacional como “la gallina de los huevos de oro”.
¿No la
leyó? ¡¡La gallina de los huevos de oro!! A la luz de las tercas cifras
conocidas, no cabe sino concluir que el oro al que se refería el articulista en
cuestión debe ser una mala imitación de plástico de origen chino, o tener a lo
sumo unos 3 o 4 kilates.
¿Cuáles son las variables a considerar en la comparación? Son conocidas.
Destacan, de hecho, en todos los estudios serios que se han desarrollado acerca
del tema (a propósito, ¿se ha fijado que éstos provienen, sin excepción, del
mundo de las ONG y no del sector público?): son la calidad y la equidad.
En palabras sencillas, no sólo debe medirse el grado de excelencia de la
educación que entrega nuestro sistema, sino también si ésta llega en similares
condiciones a todos los educandos.
¿Cómo medimos dichas variables? Pues, a falta de otras mejores (toda
obra humana es perfectible, ya lo sabemos), con las herramientas que están
disponibles. Por ejemplo, con las pruebas PISA para la calidad, y con el índice
de disimilitud (índice Duncan) y las pruebas SIMCE para la equidad.
LA PRUEBA PISA
La prueba PISA es una evaluación de estudiantes de 15 años efectuada
trianualmente por la OCDE. La última se llevó a cabo el 2012 (fuente: OCDE) y
situó a Chile en el lugar 47° en comprensión lectora, en el 51° en matemáticas
y en el 46° en ciencias, entre 65 países encuestados, con 441, 423 y 445 puntos
respectivamente (en todas en el tercio inferior, como puede apreciarse). Como
referencia, los puntajes más altos fueron 570, 613 y 580 (todos de China), y la
media de los países de la OCDE, 496, 494 y 501. Es decir, estamos 129, 190 y
135 puntos por debajo el líder, y 55, 71 y 56 bajo el promedio de la OCDE. En
dicho organismo, de hecho, sólo superamos a México (al país de los 43 horribles
homicidios de jóvenes estudiantes; a ese México).
Respecto de los puntajes relativos de nuestros alumnos, sólo un 1,6% en
matemáticas, un 0,6% en comprensión lectora y un 1,0% en ciencias tuvo puntaje
destacado, en comparación con un 12,6%, 8,4% y 9,3% en promedio de la OCDE.
Según este indicador, en consecuencia, la calidad de nuestra educación,
de toda nuestra educación, es definitivamente precaria en comparación con la de
aquélla que se imparte no sólo en los países de la OCDE, sino también en el
este asiático y en la mayoría de los países que conformaron el patio trasero de
la antigua URSS.
EL ÍNDICE DUNCAN
El índice de disimilitud, o Índice Duncan, es un número entre 0 y 1 que
mide el grado de segregación de una determinada variable social. Mientras más
cerca de 1 se encuentre el resultado, mayor es la segregación. ¿Qué nos muestra
el índice de Duncan en el ámbito educacional? Un ranking elaborado a partir de
las pruebas PISA del 2009 (Segregación social por nivel socioeconómico;
Emmanuel Vázquez) muestra que Chile tiene la segunda peor segregación (0,52)
educacional entre los 65 países que fueron medidos, sólo superado por Perú
(0,53). Peor, imposible.
LA PRUEBA SIMCE
Cualesquiera que sean las críticas que se le efectúan al Simce, lo
concreto es que es una herramienta de medición que nos permite observar los
resultados por tipo de educación ―pública, privada subvencionada y privada― que
obtienen nuestros alumnos de Educación Básica. Las cifras del 2013 para todos
los cursos donde se efectuó y para las distintas materias consideradas
muestran, en promedio, más de 50 puntos de diferencia entre el GSE alto y el
bajo, y similares resultados entre la educación pública y la privada
subvencionada. La condición económica de los alumnos influye dramáticamente en
sus resultados escolares, independientemente del tipo de educación al que
accedan.
En resumen, tenemos un sistema educacional de mala calidad (en relación
con los países OCDE) y segregado en forma profunda por la condición social y
económica de las familias, con resultados drásticamente diferentes según la
capacidad de pago de éstas. Un sistema donde el éxito viene determinado desde
la cuna. Como en tantos ámbitos de nuestra sociedad, hay también aquí un
abismo, entre los que pueden pagar una educación de alta calidad y los que no
están en condiciones de hacerlo.
¿CUÁLES SON LAS CAUSAS?
Los anteriores son los síntomas pero, ¿cuáles son las causas de tan
desastroso escenario?
Fundamentalmente tres: el deterioro sistemático de la oferta pública de
educación durante los últimos 40 años, la incapacidad del sector privado para
compensarlo y la desigualdad extrema que nos azota, que afecta las bases mismas
sobre las que debe cimentarse un sistema educacional.
EL DETERIORO SISTEMÁTICO DE LA OFERTA PÚBLICA
Respecto de la primera, hagamos un poco de historia. Cuando la dictadura
militar enfrentó el tema educacional (y también los de salud, previsión y
vivienda) decidió, a sugerencia de sus asesores, privatizar el sistema (¿se
recuerda del famoso “voucher” canjeable por educación que querían
implementar?). Y como no podía hacerlo de una plumada, optó por efectuarlo de
manera paulatina pero continua. ¿Cómo? Mediante tres medidas: la
municipalización de los colegios públicos existentes hasta ese entonces, el
progresivo congelamiento de la apertura de nuevos colegios fiscales y el
fortalecimiento de la oferta privada de educación por medio de subvenciones.
La municipalización fue una de las principales claves. Se entregó el
manejo de los colegios a entes que, en su gran mayoría, no estaban preparados
para efectuarlo. No disponían ni de las capacidades técnicas ni de las
administrativas necesarias. Tampoco, la mayor parte, de los recursos
requeridos. En algunos casos, ni siquiera del interés ni de la disposición que
se precisaban. Cada uno hizo lo que pudo… o lo que quiso. Si a lo anterior
usted agrega las tomas y las movilizaciones estudiantiles, no puede llegar a
otro resultado: hoy tenemos la oferta pública de educación más deteriorada y
más desprestigiada de la historia.
Si usted pretendiera destruir una organización sin que ello resultara
muy evidente, seguramente usaría un mecanismo parecido. La dividiría en
numerosas partes, independientes una de otra, y entregaría cada una de ellas a
personas con características ―capacidades, niveles educacionales, competencias,
intereses, enfoques y actitudes― disímiles (y en muchos casos, muy exiguas),
con presupuestos limitados, sin ningún tipo de incentivos y escasa, o nula a
veces, asesoría técnica. Imagine usted un banco que decida hacer algo parecido
con sus sucursales, dejándolas a cargo de agentes sin capacitación ni
calificaciones, sin supervisión, sin restricciones para la contratación de
personal y pagados según colocaciones sea cual fuere el riesgo asociado a
éstas. Se hundiría, ¿verdad? A muy corto plazo. Entonces, piense: ¿por qué lo
que no resulta en ese caso, va a resultar en el de la educación pública? Ahora
bien, ¿necesito en verdad comentarle que un sistema así de aberrante no ha
tenido éxito en ninguna parte del mundo (la gallina de los huevos de oro…
todavía me da vueltas el artículo ese)?
El congelamiento de la apertura de nuevos colegios fiscales hizo, por
cierto, que la educación pública fuese perdiendo importancia relativa respecto
de la privada. No podía ser de otra manera. Si usted se queda parado en una
carrera, inevitablemente su contrincante le sacará ventaja, aunque se desplace
caminando. Como todos los años la población crece y son necesarios nuevos
colegios, si éstos son provistos por el sector privado (y ello es así porque
son un buen negocio) la oferta pública relativa disminuye. Más aún si ciertos
alcaldes se dedican a cerrar colegios públicos para favorecer la aparición de
nueva oferta privada.
LA INCAPACIDAD DE LA OFERTA PRIVADA SUBVENCIONADA PARA COMPENSAR EL
DETERIORO DE LA OFERTA PÚBLICA
El proyecto de privatizar por completo la educación no funcionó porque
el sector privado, como lo comprueban los datos del Simce (la diferencia entre
los puntajes promedio de los colegios públicos y de los privados subvencionados
es casi inexistente y en algunos segmentos los primeros son mejores que los
segundos), fue incapaz de ofrecer un servicio de mejor calidad que el público.
¿Por qué? Pues por una de las razones básicas de la economía: la carencia de
incentivos.
Se lo explico: si a usted, sostenedor de un colegio, aunque lo haga
pésimo en términos de calidad, igual le pagan la subvención, de seguro no
estará muy preocupado con el tema, ¿verdad? Se preocupará de los costos, por
cierto, ya que su colegio tiene fines de lucro, pero no andará pensando en cómo
mejorar el servicio. Si nadie se lo exige, y si su competencia pública está tan
deteriorada y desprestigiada que no le hace sombra, ¿qué lo motivaría a
incrementar la calidad, reduciendo de paso su margen de rentabilidad (mejorar
la calidad implica, casi necesariamente, aumentar los costos)? ¿Se le ocurre
alguna razón (aparte, por cierto, de heroicas quijotadas)? ¿No? Pues, a los
sostenedores tampoco.
De manera que la gran mayoría de los sostenedores, aplicando una
impecable lógica económica, se dedicó a lo que se dedican preferentemente las
empresas (esto es, las organizaciones con fines de lucro) cuando no existe el
estímulo de la competencia: a maximizar sus utilidades no por la vía de mejorar
su servicio, sino por la de minimizar los costos (en marketing, le llaman
enfoque a la producción, y se usa cuando la demanda es mayor que la oferta).
Y así estamos.
LA DESIGUALDAD EXTREMA
Nuestro coeficiente de Gini de 0,52 y nuestra relación 10/10 de 36 (el
decil más rico gana, en Chile, en promedio 36 veces más que el más pobre)
afectan, no puede ser de otra manera, cada recoveco de nuestra sociedad. En una
comunidad que no es tal (vea, por favor, el significado de “comunidad” en el
diccionario), donde el éxito viene marcado como una impronta desde la cuna,
donde más del 50% de los gerentes de las grandes empresas proviene de cinco
colegios, donde existe una enorme concentración de la riqueza y del poder, el
desempeño escolar no depende sólo de la calidad sistema educacional. ¿Qué
aliciente tienen esos niños que contemplan día a día a sus padres enfrascados
en una lucha contra la pobreza, la droga, el sobreendeudamiento, el
Transantiago (una alianza entre el sector público y el privado que sólo puede
ser calificada como miserable), los sueldos míseros, la delincuencia, los
entornos tristes y deteriorados y, por cierto, la mala calidad de la educación,
la salud, la previsión y la vivienda públicas, que tienen perdida de antemano;
que no tienen ninguna posibilidad de ganar? ¿Qué incentivo tienen para mejorar
su desempeño? ¿Cuál motivación? Sería de mucho interés, un dato relevante sin
duda, que los “expertos educacionales” les pidieran la opinión al respecto a
los profesores que atienden a estos alumnos.
De manera que para mejorar la educación en Chile, un gobierno no sólo
debe actuar sobre el sistema educacional, sino sobre la sociedad toda. Es el
modelo completo, el neoliberalismo infame, el que ha fallado (salvo que usted
piense que un Gini de 0,52 es todo un logro).
Ésas son, amigo lector, las principales causas de este penoso escenario.
Ahora, veamos las posibles soluciones.
¿QUÉ ALTERNATIVAS DE SOLUCIÓN EXISTEN?
Dejemos momentáneamente de lado el megaproblema de la desigualdad, que
requiere de megasoluciones, y centrémonos en el sistema educacional. Se trata
de achicar la brecha que nos muestran las pruebas PISA y de mejorar el índice
de Duncan y los rendimientos relativos de las pruebas Simce (o de aquéllas que
reemplacen a esta cuestionada herramienta). Para ello, se deben atacar las
causas de dicho problemón, y éstas, como ya dijimos, son fundamentalmente dos:
el deterioro de la oferta pública y la incapacidad de la privada para compensar
éste.
Las posibles soluciones van, entonces, por dos vías: o mejoramos la
oferta pública de educación, o establecemos mecanismos e incentivos orientados
a conseguir que la oferta privada eleve su nivel. Por supuesto, también está la
posibilidad de implementar alguna combinación de ambas.
Antes de optar por alguna de ellas, sin embargo, es necesario tener
presentes un par de consideraciones.
LA RESISTENCIA A LOS CAMBIOS
Los cambios, de la magnitud que sean, generan resistencia. Aunque en los
tiempos que corren el mundo se ha hecho más proclive a ellos (estamos en una
época de cambios vertiginosos, qué duda cabe), vencer la inercia de los
sistemas para hacerles cambiar su rumbo siempre conlleva dificultades. Es como
cuando usted va al límite de la velocidad urbana y quiere doblar en una
bocacalle. Necesariamente, si no quiere accidentarse o provocar un accidente a
terceros, deberá disminuir de manera previa la velocidad, para luego virar.
Bueno… con los cambios de sistemas ocurre lo mismo, y por dicha razón se hace
recomendable interactuar con los actores involucrados, incorporarlos al proceso
de cambio y actuar, en primer lugar, sobre esas variables cuya modificación
provoca una oposición menor; aquéllas cuya necesaria intervención genera un
mayor consenso.
LAS VARIABLES CONTROLABLES Y LAS INCONTROLABLES
Cuando usted desea implementar algún cambio debe, previamente, efectuar
una pequeña clasificación. Tiene que agrupar las variables atingentes, aquéllas
que deben modificarse o que son afectadas por el cambio, desde el punto de
vista del grado de control que usted ejerce sobre ellas. Las variables
controlables son aquéllas que usted maneja y que, en consecuencia, puede
modificar de manera directa, sin (o casi sin) preguntarle a nadie. Las
incontrolables, por el contrario, son las que dependen de otros intervinientes
y, por ello, sólo pueden alterarse de manera indirecta.
Si usted se involucra en un proceso de cambio, la teoría, la experiencia
y el sentido común recomiendan que lo haga recurriendo, en primer lugar, a las
variables controlables. Por ejemplo, si usted tiene una gatita en su casa y
pretende evitar que se embarace, no es recomendable que intente impedir su
contacto con sus pretendientes. Casi seguro, salvo que la maneje encerrada en
una habitación, fracasará en su intento. En cambio, si recurre a las variables
controlables, la solución es sencilla: le basta con operarla.
Apliquemos este sencillo precepto al problema educacional. Son variables
controlables para el gobierno las que tiene que ver con la oferta pública en
sí: la infraestructura de los colegios públicos, la calidad de los profesores y
directores, la forma de organización que deben tener los colegios públicos, los
contenidos educativos y la forma de impartirlos, etc. Son variables
incontrolables, en cambio, la conducta (y, por cierto, la reacción frente a los
cambios propuestos) de los sostenedores de colegios privados subvencionados y
la de los padres, apoderados y alumnos de dichos establecimientos, entre otras.
¿CUÁL ES LA MEJOR ALTERNATIVA?
OK, parece evidente, ¿verdad? Usted logrará mejores resultados, tendrá
menor resistencia y podrá controlar de mejor manera los cambios que implemente,
actuando sobre las variables controlables. Por consiguiente, mejorar la oferta
pública, con todo lo que ello conlleva, es una estrategia más apropiada que
actuar de manera indirecta sobre los colegios privados subvencionados para que
eleven la calidad de su oferta.
Piense, amigo lector, si el gobierno se plantea como objetivo elevar el
nivel de todos los establecimientos públicos del país al que actualmente
detentan los liceos emblemáticos, ampliando de paso la cobertura, ¿quién se
opondría? Si se consiguiera, dispondríamos de educación pública de la mejor
calidad a disposición de todos los chilenos, y no deberíamos preocuparnos de la
selección ni del lucro ni del copago. No tendríamos que fortificar nuestro
jardín para evitar la entrada de los gatos ni estresarnos cada vez que nuestra
regalona parte a hacer sus necesidades. ¿No le parece más lógico, más
razonable, actuar así que como lo está haciendo hoy el gobierno? Por lo demás,
no es una estrategia innovadora ni mucho menos. Es lo que han hecho TODOS los
países que hoy obtienen los mejores índices educativos en las mediciones
internacionales.
Lo que el gobierno debería hacer, entonces, es tomar medidas como las
que figuran en todos los estudios serios del tema; medidas como las siguientes:
Desmunicipalizar, traspasando la gestión de los colegios públicos a una
sola corporación especializada, manejada según los criterios más avanzados de administración
de grandes organizaciones, la que debería encargarse de definir el estándar
mínimo a alcanzar con todos los establecimientos fiscales, e implementar las
estrategias adecuadas para ello.
Mejorar la calidad de los profesores y directores de establecimientos,
elevando sustancialmente los sueldos a cambio de involucrarse en mecanismos
permanentes de evaluación y capacitación.
Mejorar la infraestructura, procurando que todos los establecimientos
fiscales dispongan de completas instalaciones para impartir la docencia,
practicar deportes, recrearse, acceder a internet y acoger e integrar a su
comunidad educativa.
Adaptar los contenidos y la forma de impartirlos al siglo XXI,
reemplazando y dando de baja aquellos criterios y paradigmas que fueron creados
y desarrollados para el siglo pasado.
Y otras más, por cierto. La lista potencial es bastante larga.
LA REFORMA EDUCACIONAL DE MICHELLE BACHELET
Dicho lo anterior, hablemos ahora de la reforma educacional de Michelle
Bachelet, o al menos de lo que hasta el momento sabemos de ella.
EL LUCRO
Se lo planteo de la siguiente manera: si usted, persona creativa y
esforzada, implementó una excelente infraestructura, contrató y capacitó a
magníficos profesores, es un eximio rector e inventó un revolucionario método
de enseñanza que produce resultados notables, ¿por qué alguien debería privarlo
de obtener una legítima ganancia con ello? ¿Porque no corresponde obtener lucro
con fondos públicos, acaso? OK, entonces apliquemos este sabio precepto al
resto de los sectores (ChileCompra, salud, Transantiago, combustibles y un
larguísimo etcétera) donde se usan fondos públicos para pagar bienes y
servicios en cuya estructura de precio va incorporado un margen de utilidad
para quienes los proveen. Ley pareja no es dura, dicen.
Amigo lector, no es el lucro el problema, sino las utilidades mal
habidas, aquéllas que se obtienen con un servicio mediocre o deficitario que
produce un daño irreparable a las expectativas de quienes lo reciben. Y no se
soluciona prohibiendo por ley el lucro, sino que fijando un piso elevado, una
oferta pública de excelente nivel, contra el cual contrastar el servicio
privado. Si es mejor, si está sobre el piso, bienvenido el lucro. El empresario
se lo gano en buena lid. Si es peor, los padres y apoderados se encargarán de
ponerle la lápida.
Por lo demás, ¿usted cree que los funcionarios públicos realmente podrán
controlar el lucro? Entre otros mecanismos para soslayarlo están los arriendos
(usted ya oyó hablar de los “precios de mercado” de los arriendos de
establecimientos educacionales, ¿verdad?), los honorarios, sueldos elevados y
algún otro que se inventará. Hay garantías constitucionales también dando
vuelta por ahí (lo cual, valga la redundancia, no es mucha garantía, pero en
fin…) y está la judicialización del asunto. Es, se lo aseguro, una mala medida.
EL COPAGO
¿Qué hace el gobierno intentando meterse en el bolsillo de los padres y
apoderados? ¿Desde cuándo éstos perdieron el derecho de disponer libremente del
fruto de su trabajo? Insistamos: tal como con el lucro, el problema no está en
el copago sino en los malos servicios asociados a éste. Es la estafa, el
fraude, lo que hay que combatir, y ello se hace, al igual que en el caso
anterior, generando una oferta pública de alto nivel. Si, pese a disponer de
una buena alternativa, los padres igual deciden efectuar un aporte adicional,
¿por qué habría que impedirles hacerlo?
LA SELECCIÓN
Es la única medida de las que están contempladas en esta primera parte
de la reforma de Michelle Bachelet, que comparto plenamente. La selección es
una forma de discriminación, y las discriminaciones hay que perseguirlas con
todo; nunca practicarlas y menos fomentarlas o justificarlas. ¿Que los
establecimientos emblemáticos dejarán de ser “tan” emblemáticos? Bueno… tendrán
que mejorar aún más su servicio para compensar las supuestas menores
capacidades de los alumnos que recibirán.
A lo largo de la historia se han inventado muchas justificaciones para
la discriminación. Las hubo para la esclavitud, contra las mujeres, los más
pobres, los que sufrían incapacidades o aquéllos que suscribían determinados
credos religiosos. Ahora es contra quienes tienen menores capacidades. Señores,
no hay derecho. La selección es una herencia de la esclavitud, una práctica vil
que no merece tener cabida en una sociedad civilizada.
Así es el asunto, estimado lector. Lo que conocemos de la reforma
educacional de Michelle Bachelet es un mal proyecto, que no merece llegar a
convertirse en ley. Esperemos, al respecto, que prime la cordura y la razón.
Aunque, debo reconocer, dichas capacidades parecen no abundar entre nuestros
parlamentarios, como lo prueba el mamarracho tributario que aprobaron.
En fin, la esperanza es lo último que se pierde.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario